miércoles, 29 de junio de 2011

Brooklyn, de Colm Tóibín


Esta novela habla de sentimientos. De cómo aparecen y crecen o se transforman y de cómo se extinguen. Y también de cómo el ambiente los propicia o hace que desaparezcan. También habla de cómo se expresan, como una extensión del cuerpo, antes de que la mente se apropie de ellos o los frene o se someta a su fuerza o se deje llevar por los efectos gratos o enfermizos que a ellos se asocian o se vea afectada por sentimientos torvos, como negativo de la alegría de quienes se envidia o maldice o se desea lo peor a quienes parecen felices, sentimientos que envenenan y hacen hacer cosas que detestamos. Y también habla de la necesidad de expresarlos con palabras, de conversar sobre ellos, con las personas que los provocan o con las personas que pueden ayudar a comprenderlos, a moderarlos, a situarlos en el curso de la vida, de modo que ésta no quede alterada hasta el punto de hacer lo que no queremos. Pues los gestos no bastan para entender los sentimientos de los demás, pues podemos interpretarlos erróneamente en nuestro perjuicio.
No hay vida sin sentimientos. Los sentimientos son la antesala de la madurez, pero también el riesgo de no alcanzarla. Como en todo lo que nos atañe necesitamos del aprendizaje y de la experiencia para no cometer errores o en su ausencia hablar de lo que nos pasa peleando contra la timidez o la cautela o la pereza a la hora de exponernos al análisis de los demás.

Brooklyn, de Colm Tóibín, sitúa la acción en la Irlanda de comienzos de los 50 y luego en ese barrio de Nueva York, en continua transformación por la llegada de inmigrantes europeos y de negros. Una muchacha, Eilin, despierta a la vida en una pequeña población, en una familia modesta, en la que sobreviven dos hermanas junto a la madre. El padre ha muerto y tres hermanos han emigrado a Liverpool. Como en las pequeñas poblaciones, están marcadas las pequeñas diferencias de estatus, el poder y la humillación, la dificultad de encontrar un trabajo decente, las relaciones entre chicos y chicas, determinados por el ambiente. A Eilin se le ofrece un trabajo y una habitación en el barrio neoyorquino. En Brooklyn, lejos del calor familiar, después de experimentar la soledad y el extrañamiento, tendrá que apañárselas para comenzar a vivir por su cuenta. El trabajo y sus exigencias; las costumbres nuevas; la gente que va conociendo, afable, interesada, egoísta, cooperadora; la compañía masculina, el amor. Rose, su hermana, a quien ha emulado, a quien admira, a quien escribe casi a diario con los detalles de todo lo que le va sucediendo, muere súbitamente. Entonces, decide volver a la casa familiar para consolar a su madre, pero antes de la partida, sin medir las consecuencias, da un paso obligada por la fuerza de los sentimientos, se compromete formalmente con su novio, Tony, con quien ha intimado. En su pequeña ciudad irlandesa, el Enniscorthy donde Colm Tóibín nació en 1955. encontrará lo que añoraba pero también aquello de lo que huía, al amor de su madre y las cargas de la filiación y la propia vida que discurre por doquier, más trabajo y amistades y amor. Pero Eilin no sólo tiene que manejarse con sus sentimientos y los que estimula en los demás, también con las dependencias que generan y, más aún, con su incapacidad para hablar de ellos, para hacerlos visibles, para contarlos.

Esta novela está construida al modo neo de los grandes edificios de finales del siglo XIX, con una aire retro –vintage diríamos, hoy- recuperando pórticos y columnas o pináculos y ventanas ojivales, sin que los adornos luzcan demasiado, o como las sinfonías de Prokofiev, que esconden la intensidad bajo la apariencia clásica. La luz inunda los interiores tamizada por vidrieras y rejerías, dejando en penumbra algunos rincones. Al modo de finales del XIX, pero con la sabiduría de hoy. Como un Henry James más liviano en la expresión, más directo, menos sujeto a un estilo, una prosa en apariencia ágil y ligera por la que discurre el magma candente de la vida. Tóibín utiliza la tercera persona para adoptar el punto de vista de su protagonista, tomando distancia y respetando al lector.

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