Adolf
Hitler despierta un día de primavera de 2011 en un descampado de Berlín donde
unos niños juegan al balón. Traba amistad con un quiosquero que le permite
dormir en el quiosco unos cuantos días y de ese modo se pone al día de las
novedades ocurridas desde 1944, leyendo periódicos –entre los que se encuentra
uno llamdo Media Markt- y revistas. La ciudad está llena de negocios turcos
como comprueba cuando tiene que llevar su traje a la tintorería, pero salvo los
artilugios electrónicos como el móvil e internet a los que se ha de hacer, no la encuentra esencialmente
cambiada. En seguida una productora de televisión se pone en contacto con él y
le invitan a participar en un programa de humor que lleva un turco. Hitler comprende rápido las enormes posibilidades que ofrece la nueva tecnología para recuperar la cancillería. En el
programa habla en serio, hace pequeños discursos donde comenta lo que ve, lo compara con su época
y lanza alguna de sus viejas ideas sobre los extranjeros, el capitalismo y la Gran Alemania , de
todo salvo tratar la cuestión delicada de los judíos, cuestión que los productores le hacen ver que es tabú. Por supuesto, todo el
mundo lo toma como un humorista, como un humorista genial que imita como nadie al
Führer, capaz por contraste de poner en ridículo las políticas de la
actualidad, la de la gorda canciller y sus fofos ministros, la de la socialdemocracia
inoperante, sin ideas (En el tiempo que transcurre hasta que a la
socialdemocracia alemana se le ocurre una idea, se podrían curar dos
tuberculosis graves) y a la que “no habría necesidad de llevar a un
campo de concentración”, la de los verdes, algunas de cuyas propuestas sobre
la conservación del medio ambiente y la sostenibilidad de Alemania se parecen a
lo que hacían los nazis. También el periódico amarillista Bild sale muy mal
parado.
El Adolf
Hitler de la novela no sólo es un fanático que dice las mismas cosas locas y
extravagantes de hace sesenta años, también es una persona inteligente que
habla con claridad de lo que ve, como por ejemplo lo estúpidos que son los
actuales neonazis, una pandilla de tontos a los que destroza en un capítulo divertidísimo.
Los partidos de extrema derecha toman sus discursos como una afrenta a su
ideología y terminan por darle una paliza que lo lleva al hospital.
En el
hospital, tras la paliza, una editorial le ofrece una buena suma de euros a cambio
de que cuente su verdadera historia. Por eso lo que leemos está narrado en
primera persona por el propio Hitler, por lo que el efecto de contraste es
mayor.
La novela
resulta en muchos pasajes divertida, en algunos me he reído a mandíbula
batiente, aunque la mayor parte del tiempo lo que busca en el lector el
periodista Timur Vermes es la sonrisa que provoca la ironía o la burla
inteligente, en otros las referencias son muy caseras, muy de política interior
alemana a la que un extranjero es difícil que la pille, aunque la edición castellana se acompañe de
un conjunto de notas para identificar a los personajes desconocidos.
1 comentario:
Totalmente de acuerdo con la reseña. Sólo un detalle, el Hitler histórico también era inteligente. De hecho, tan inteligente como el de Vermes, que no es, ni más ni menos, que el Hitler histórico transplantado a 2011 -ahí está el chiste-.
Hitler parecía extravagante, demencial, en 1933, pero al mismo tiempo manejaba con inteligencia los resortes emocionales, con esa lógica que se ve en la novela, para hacerse con el poder tanto seduciendo, como se ve en el caso de su secretaria como utilizando la violencia.
Sobre eso y muchas otras cosas tenéis una buena reseña desde el punto de vista histórico en lanovelaantihistorica.wordpress.com
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