viernes, 7 de marzo de 2014

El cielo es azul, la tierra blanca, de Hiromi Kawakami


          Al lector occidental que se acerque a esta novela le sorprenderá la falta de profundidad, no hay explicaciones de lo que sucede y muy pocas reflexiones. La historia se va desarrollando lentamente, con pocos indicios, aunque el lector va comprendiendo que asiste a un silencioso enamoramiento, un sorprendente enamoramiento entre una mujer de treinta y ocho años y un hombre mayor. La gracia está en el modo de contarlo. Lo que hace la autora, Hiromi Kawakami , es describirnos lo que sucede a través de las sensaciones de los personajes: las comidas, pescado y marisco, brotes de soja y raíz de loto, sopas de raíz de ñame y tofu, berenjena frita y pulpo con wasabi, cerveza y mucho, mucho sake. Los personajes hablan poco, a veces con monosílabos, se sientan juntos en la barra de una taberna, sin apenas mirarse, se encuentran por azar sin darse cita, aunque también hacen una excursión en busca de setas y después a una isla y más tarde quedan en la casa de uno de ellos. Comer y beber y pasear es lo que hacen en común estos dos seres solitarios que no se encuentran cómodos o han fracasado con la gente de su edad. Él, un viejo profesor de japonés, un erudito que recuerda los poemas de los poetas clásicos, a quien la narradora, Tsukiko, llama el maestro y a quien su esposa abandonó no sin antes, nos enteramos muy al final, darle un hijo y éste dos nietos a quienes el maestro no ve. Ella, Tsukiko, de quien sabemos muy poco, a pesar de ser quien cuenta la historia, fue alumna suya, trabaja, de vez en cuando queda con un antiguo compañero que quiere intimar con ella pero ella no le da ninguna oportunidad. Los dos personajes tomados por separado resultan desagradables: sus borracheras de sake, el coleccionismo excéntrico del maestro, la incapacidad de la narradora para intimar con los demás, su romance resulta inverosímil y la historia, a primera vista, plana.

            Sin embargo, si abrimos el foco y vemos los capítulos como cuadros, como estampas japonesas, entonces podemos apreciar los contornos precisos, los colores suaves, los personajes tranquilos, sus sentimientos comedidos, envueltos en una naturaleza domesticada. Si nos dejamos llevar por la poética del haiku, la falta de trascendencia, de profundidad aparente, de sensaciones puras, entonces la apreciación cambia. Todo el libro está lleno de haikus, en los que la sensación que percibe el personaje se nos muestra por contraste con un efecto captado en la naturaleza, pequeños cambios en la luna, en las nubes, en la niebla, en las hojas de los árboles que remiten al aleteo del corazón. Como en los haikus clásicos, como en la pintura de estampas, no hay profundidad, sólo apariencia, lo que asalta a los ojos cuando vemos un paisaje que nos llama la atención. Es la suma de esas primeras impresiones, las sensaciones cambiantes a lo largo de la historia, lo que nos hace comprender lo que sucede, los sentimientos que crecen y se transforman en pasión, aunque nunca de forma exagerada. En los sucesivos capítulos, cada uno de ellos conformado como un fragmento completo, como un relato, vemos crecer el enamoramiento, vemos a éste convertido en pasión, vemos sufrir a la narradora, vemos la aparente impasibilidad del maestro, vemos su acercamiento y alejamiento, sus celos, su casi imposible comunicación, todo contado a través de la mecánica del haiku.

            En el momento decisivo, cuando al fin los personajes se acercan y se tocan, la narradora acude a la habitación del maestro y lo ve trabajar en un haiku. Él le pide que complete el último verso del que está componiendo. Es este: «La carne del pulpo / tiene un tono rosado. / El ruido sordo del oleaje». Él le ofrece su versión: «Las olas susurran. / La carne del pulpo / tiene un tono rosado».

            Prosa ligera, que vuela, sin peso, sin trascendencia, con alusiones a las cosas, a la naturaleza y referencias a los poetas clásicos japoneses, con breves conversaciones, sin ninguna palabra decisiva, donde no parece que pase nada, como en ese maletín que siempre acompaña al maestro pero que al final, cuando lo hereda la narradora, no contiene nada dentro.

            Hay una película que se basa en este relato, El hombre del maletín, que no se ha estrenado en España, pero que tampoco he conseguido dar con ella en internet. De los pocos libros de Hiromi Kawakami publicados en España me quedo con este: Abandonarse a la pasión, un libro de relatos extraordinarios.